Comentario
La caza constituye la actividad más reproducida y la que ofrece mayor número de escenas con gran número de participantes, aunque, a diferencia del Arte Paleolítico, que está dedicado casi exclusivamente a la actividad cinegética, en el arte levantino este quehacer es sólo la más habitual de las ocupaciones representadas. Sin embargo, es posible que el claro predominio de la caza sobre el resto de las actividades económicas reproducidas no corresponda a la estricta realidad y este hecho se deba al carácter aleatorio de la propia acción cinegética, cuyo rendimiento está determinado por muchos factores, en gran medida ajenos a la propia pericia humana, por lo que se apelaría a través de las pinturas a fin de que la acción fuera coronada por el éxito.
A juzgar por los datos que tenemos de grupos culturalmente similares, es lógico pensar que fueran gentes de una economía mucho más diversificada, con actividades de carácter estacional dirigidas al aprovechamiento integral de un buen número de recursos naturales del entorno; entre estas actividades se encontrarían, sin duda, algunas de las que aparecen reproducidas de manera esporádica como es la recolección vegetal y de productos animales y otras de las que no nos ofrecen datos las pinturas como puede ser la pesca.
Dejando aparte la importancia que la caza pudo llegar a tener entre estas gentes dentro de su dieta alimenticia y las causas por las que su representación es tan frecuente, vamos a analizar algunos de los datos objetivos que estas escenas nos ofrecen. En primer lugar, es interesante atender a las especies cazadas y a su proporción numérica, teniendo en cuenta que el dato no puede ser trasladado a efectos de importancia en la dieta, ya que hay que tener en cuenta que, por ejemplo, faltan representaciones de caza de especies menores, como puede ser el conejo, y por los restos osteológicos analizados en muchos yacimientos sabemos que es habitual entre los desechos domésticos. Esta significativa ausencia de capturas de especies menores podría reforzar la idea de que reproducen aquellas cacerías que entrañan riesgo, esfuerzo y, sobre todo, inseguridad sobre el posible éxito de la operación. Las especies objeto de las capturas representadas en los frisos levantinos, por orden de frecuencia, son: cápridos, cérvidos, suidos, bóvidos y équidos, además de algunas figuras no identificadas. Todas estas especies, así como los porcentajes de frecuencia en que aparecen, están en consonancia con los datos generales que nos brindan los análisis faunísticos de yacimientos próximos cultural y cronológicamente.
Con respecto a las fórmulas empleadas en las capturas, si tomamos al pie de la letra los datos que nos proporcionan las pinturas, lo que siempre resulta arriesgado, hay que pensar que mientras cápridos, cérvidos y suidos eran capturados, tanto de forma individual como colectiva, los bóvidos y équidos eran reducidos por uno o dos individuos. En el caso de las tres primeras especies citadas, que son de menor volumen que las dos restantes, la obtención de la presa se conseguía por el sistema del ojeo, dirigiendo a la manada hasta el lugar donde un grupo de cazadores estaban apostados, allí los animales eran heridos mediante dardos disparados con arcos. Por el contrario, cuando el cazador se enfrentaba a su presa en solitario, el ataque se producía de forma directa. En ambas circunstancias los dardos eran portados en número de tres o cuatro, junto con el arco.
En el caso de los animales de mayor talla (bóvidos y équidos), nos faltan datos sobre el sistema de captura de grandes manadas, pues cuando éstas son representadas, los animales aparecen estáticos y sin aparente relación con las figuras humanas más próximas a ellos, pero no resulta imposible que fueran víctimas de cacerías realizadas con las mismas tretas que las empleadas para la obtención de piezas de menor tamaño e incluso que cayeran en manos de sus perseguidores en las mismas acciones en las que se cobraban otros animales, como se desprende de la representación de la cueva dels Cavalls, donde un toro parece encerrado en la misma trampa que una manada de ciervos. La misma interpretación puede darse al covacho II de La Araña, donde un gran caballo está despeñándose, herido por una serie de flechas similares a las utilizadas en la captura de ciervos.
Creemos, sin embargo, que es muy posible que estos animales grandes fueran también capturados con otras técnicas, sobre todo si se abordaba la caza de un único ejemplar. Así, en el abrigo de Selva Pascuala hay una escena que puede interpretarse como la caza de un équido sirviéndose de un lazo, ya que aparece un esquemático individuo representado en el momento de haber atrapado a un équido echándole una soga al cuello. Estos sistemas de capturas con trampas y lazos parece que fueron también utilizados, aunque de manera esporádica, para la caza de animales más pequeños, según se desprende de una escena del abrigo del Polvorín y de otra del Cinto de las Letras en las que se observa a unos cuadrúpedos (posiblemente cabras o ciervas) inmovilizados por las patas con unas cuerdas.
A veces encontramos los episodios finales de las cacerías, pues se representan determinados cazadores, inclinados hacia adelante, en actitud de seguir las huellas dejadas por una pieza herida; estas huellas aparecen reproducidas de dos en dos y repetidas varias veces, creando una pista más o menos prolongada, al final de la cual suele encontrarse el animal con los dardos clavados.
Los protagonistas de estas escenas cinegéticas son, claramente, figuras masculinas que, en muchas ocasiones, tienen marcado el sexo, a veces exageradamente acusado, y en el caso de las figuras asexuadas parece lógico identificarlas también como hombres, ya que sus atuendos, la potencia de la musculatura de sus piernas y otros detalles son iguales a los de las figuras masculinas. Estos cazadores se representan habitualmente desnudos, aunque tampoco es infrecuente que se cubran con unos calzones hasta las rodillas o con pequeños taparrabos colgantes a ambos lados del torso o sólo por delante. En cambio, es muy habitual que se adornen con tiras, posiblemente de materia vegetal, plumas o cuero, que cuelgan de la cintura, las piernas y/o los brazos o que lleven tocados de cabeza de formas muy variadas. Desconocemos si todos estos elementos eran meramente ornamentales o, como ocurre en muchos pueblos primitivos, tenían además la función de diferenciar entre sí a los diversos grupos o de destacar el papel desempeñado por un individuo o un clan dentro del grupo.
El armamento utilizado para las cacerías está compuesto, en la mayoría de las ocasiones, exclusivamente por un arco y varias flechas. Los arcos son de tamaño y características muy variables, ya que mientras algunos no parecen sobrepasar el medio metro de longitud, otros se aproximan, e incluso sobrepasan, la altura de sus portadores, por lo que hay que suponer que alcanzarían el metro y medio de longitud. Además, mientras algunos ejemplares presentan forma de arco de violín, otros son meros segmentos de círculo y, con menos frecuencia, encontramos arcos de triple curva. No sabemos si estos últimos eran verdaderos arcos compuestos de segmentos de diferente elasticidad o si eran simplemente arcos reflejos o semirreflejos; sean del tipo que fueran, lo cierto es que se trata de ejemplares bastante complejos cuyo desarrollo requiere una importante experimentación o la existencia de contactos con otros grupos de gran tradición en el manejo de este tipo de armas, las cuales, debido a la materia con la que están elaboradas, apenas se han conservado, por lo que resulta muy difícil saber en qué momento de la Prehistoria se han ido logrando los distintos prototipos. Generalmente la cuerda sólo está indicada cuando el cazador se encuentra en actitud de tensarla para disparar la flecha, pero suele faltar cuando el arco es portado por su propietario, junto con las flechas.
Los dardos son bastante largos y normalmente se reducen a un simple vástago sin punta diferenciada, hecho que no sabemos si se debe a que no se ha reproducido la posible punta enastada, o porque realmente lo que disparaban eran simples palos aguzados. Sin embargo, parece claro que estos proyectiles tenían una preparación en el extremo posterior con el fin de dotarlos de una emplumadura que permitiera dirigirlos mejor. Esta parte posterior unas veces presenta forma lanceolada o romboidal y otras se encuentra doblada en ángulo agudo, pero tampoco faltan los ejemplares que presentan unos apéndices, posiblemente plumas o tiras vegetales. Como ya se ha apuntado antes, es frecuente que los proyectiles sean llevados directamente en la mano por el arquero aunque hay excepciones en que el haz de flechas aparece guardado en un carcaj que es transportado, o bien cargado a la espalda o bien sujeto la mano por medio de una cuerda.
Además de arco y flechas, en algunas escenas de caza encontramos otros útiles que pueden estar relacionados con la actividad. Es el caso de diversos tipos de recipientes con forma de cesto o de bolsa. Algunos autores los han interpretado como lugares donde se podría transportar determinado tipo de veneno para emponzoñar las puntas de las flechas. Asimismo aparecen otros elementos de difícil interpretación pero que podrían reproducir lazos, trampas, palos y hondas. Tanto los cestos como los lazos y quizás algunas trampas hechas con cuerdas, testimonian, de manera indirecta, la práctica de la cestería, actividad que, sin duda, estaría destinada también a la elaboración de adornos personales; esta artesanía del trenzado y anudados de fibras se inicia en un momento anterior al de la aparición del textil propiamente dicho, aunque, lógicamente, se mantiene después en paralelo ya que los productos de ambas artesanías son diferentes.